Edelmira aparta la nieve acumulada en la puerta de su casa. La pala pesa y sus huesos protestan —¡Caray con la bisagra!—, dice en voz alta. Está sola desde que su Antonio la dejó. Por las noches le habla desde el cielo, pero no puede ayudarla.
Ya no cría animales en el corral y el granero permanece vacío.
Ya no cría animales en el corral y el granero permanece vacío.
Cuando sale alguna vez de su casa, visita a los vecinos. Al tío Napias y su mujer la Prudencia, al Ramiro que, desde que enviudó, ya no habla y... a nadie más, porque son los únicos habitantes que quedan en la aldea.
La Prudencia siempre le da algún huevo de sus gallinas y un poco de harina para hacer pan. El Ramiro le da bacalao en sal. Es el único que, aunque no habla, conduce una furgoneta donde trae del pueblo más cercano lo justo para subsistir.
Edelmira hace un pan que huele...como debe oler el cielo. Lo continúa repartiendo entre todos, como hizo siempre. Cose y borda muy bien, porque así se lo enseñaron de pequeña. Sus vecinos le dicen que no hay mejor zurcido en la contornada. Ella se ríe a carcajadas.
Edelmira hace un pan que huele...como debe oler el cielo. Lo continúa repartiendo entre todos, como hizo siempre. Cose y borda muy bien, porque así se lo enseñaron de pequeña. Sus vecinos le dicen que no hay mejor zurcido en la contornada. Ella se ríe a carcajadas.
No existe el dinero entre ellos. No hablan de política, porque no tienen televisión. Tampoco se preocupan por la dieta Mediterránea . No necesitan mirar el reloj porque no tienen prisa ni otra preocupación más que dormir bien, que mañana será otro día...
Mañana...mañana me voy con Edelmira.